viernes, 25 de marzo de 2011

Vacantiones.

Que las sacras autoridades de las sublimes y etéreas expresiones culturales,  así como las de las mundanas actividades cotidianas, disculpen mi intromisión en sus áreas de experiencia, es decir, el espacio y el tiempo que compartimos, pero decidí que cierta necesidad espiritual (buscar ingresos para sobrevivir) me movía a tomarme un descanso de las rutinarias actividades que hasta hace poco realizaba (trabajar sin  obtener ingresos). Así pues, tratando de evitar el descontento o el quebrantamiento de alguno de los parámetros que nuestra animosa, pujante, bien intencionada y próspera  burguesía suele considerar, procuré, en este paréntesis veraniego, no sólo mantener el ánimo que tan festivamente sale al encuentro de uno por estos lugares, no fuera a acontecer que un exceso de sinceridad denotara mi poca recurrencia a tan distinguidos entornos y que con ello desapareciera la posibilidad de mi postulación a un cargo de elección popular, el más rubio de la ciudad, del estado o del país, entre otros. Algunos, por ejemplo, jovialmente anunciaban “¿ya no sabe qué hacer con la crisis?, nosotros nos reímos de ella…
    Considero, según las sutiles normas de lo cool, lo chido y lo no cool, que un trato acartonado y excesivamente formal puede generar una sensación de distanciamiento. Sin embargo, este tono tan docto no pretende imitarlos, ni mucho menos realizar un sacrilegio ocupando sus altísimos pedestales, todo lo contrario.
    Espero pues que “científicos” y “ateneístas”, así como la próspera y optimista población de estos lugares dispense la presencia de mi persona que, antes de ofender, desea mantener la armonía y su propia vitalidad. Ya antes, algún conocido me había comentado de las terribles consecuencias de unas vacaciones indebidamente planeadas. Esta persona cuya familia, después de cansarse de su palacio con dos habitaciones, bodega incluida, cocina y comedor con techo de lámina y dos patios selváticos, propensos a convertirse en piscinas durante la estación estival, decidió aventurarse a la odisea de su vida con una hipoteca vitalicia en una zona en la que la creciente burguesía expresa su equilibrada participación ciudadana y respeto por una de sus grandes preocupaciones, la propiedad privada, mediante altavoces anunciando  invasivamente día y noche sus mercancías, su vitalidad con música que, en cualquier momento, irrumpe hasta la médula y su respeto por la libre empresa con improvisados puestos ambulantes.      
Ahora bien, considerando lo siguiente: 
  • Un afortunado salario mensual de US$300,
  • Uso y desgaste del vehículo particular para dicho trabajo, 
  • Gastos mensuales de US$125 en gasolina,
  • Gastos alimenticios mensuales de US$100,
El buen sentido del humor que por acá devotamente se profesa es casi delirante, de una forma contraría difícilmente se podría sobrellevar el hecho de que con los restantes US$75 se deban pagar los servicios de agua, luz, teléfono,  medicinas, consultas, ocio, ropa, gas, entretenimiento, educación, renta y/o hipoteca y demás bienes, servicios, “necesidades” y compromisos que nuestro progreso proporciona.                 

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